De Don José María Peman y Pemartin:
"La humildad. . .
y el secreto. ¿Por qué el secreto? ¿Por qué María “guardaba esas cosas
en su corazón”? Sobre todo, ¿por qué no se lo revelo a José, el
carpintero, con el que ya estaba
desposada? Probablemente, una de las dimensiones que no podemos abarcar bien
desde nuestro estilo de cultura en el ambiente del Viejo Testamento, es esto
del “secreto”.
Estamos en las primeras páginas del Evangelio:
desprendiéndonos todavía con dificultad del Viejo Testamento. Todavía tiene
todo estilo de “teocracia”, es decir, estilo de mando directo y directa
comunicación. Los mensajes celestiales suelen ir acompañados de una regla para
su propia administración. Dios dice a sus siervos lo que deben revelar y lo que
no. Todavía Jesús, mientras este en la tierra, dirá a los favorecidos por sus
milagros: dilo o no lo digas; preséntate y cuéntalo; o vete y no lo cuentes.
No lo había dicho el Ángel a María que contara el prodigio.
Prodigios de esta clase llevan implícito conseguir de los santos que relataran
sus favores. Siempre había de medir un mandato de obediencia. Todo esto no
podemos acaso entenderlo del todo bien desde nuestra civilización esencialmente
publicitaria. Ya no podemos entender del todo, ni siquiera en el orden humano,
aquella dimensión de hermetismo que la ciencia tuvo siempre en Egipto, en China
o en los laboratorios medievales.
Estaba reservada a nuestra civilización esta confianza que
Lorenzo del Vasto llamo “criminal imbecilidad” y que ha abierto a todos, como
la caja de Pandora, el secreto atómico. Dios administra, en la Escritura, con
otra prudencia, sus secretos. Desde aquel día, pues, en la casa humilde de
Nazaret había como un explosivo, espiritual y confidencial, colocado bajo el
suelo.
Porque José estaba desposado con María y sabia que no había
tenido acceso a ella. Sabia que tenia voto de virginidad: con la pesada y
voluminosa consideración que en aquella atmosfera de “teocracia” poseía un
“voto”, o sea un pacto directo y específico con el Señor. Las señales de una
gravidez en María debieron, pues, crear una atmosfera extraña, tensa, en la
casa de Nazaret.
La sobria declaración de Mateo. “José su marido, como era
justo y no podía infamarla, andaba con la idea de abandonarla secretamente”, se
ha prestado a muchas lecturas distintas y muchos alcances. Nuestros clásicos
españoles tejieron, con deliciosa ingenuidad, casi una comedia de intriga y
celos al modo calderoniano con esta desconcertante situación.
“Afligido esta José, de ver su esposa preñada”, dice Lope de
Vega. Donde dice José, podía decir don Pedro o don Gonzalo, como en cualquiera
de sus dramas. Otros, en cambio, se escapan por la evasiva, a lo que la
iconografía ha dado tanto pábulo, de fabricar un San José, viejo, de barba
blanca, que se introduce en la acción evangélica como una especie de “tutor”
resignado y desconcertado. En todo esto, por un lado o por otro, se ve al
pueblo cristiano atónito frente a la difícil situación; sin saber por donde
salir ante aquel juego de secretos y reservas, en el que todos guardan algo en
el corazón.
A mi personalmente no me atrae demasiado esa lectura “blanca”
del Evangelio, que esquiva demasiado toda sombra humana. Como tampoco me gusta
esa lectura “tremendista” que exagera contrastes; y trata de hacer demasiado
pobre la pobreza de Nazaret o demasiado sucio el establo de Belén. Me gusta la
lectura llana que pasa por la vía media con ese tranquilo reposo que tiene el
Evangelio mismo.
Al final el Señor desato la difícil intriga dramática, con un
tajo de luz; remprendiendo otra vez plenamente el estilo teocrático y
viejo-testamento. Otro-Ángel. Otra segunda anunciación. Ahora a San José; “No
tengas recelo en recibir a María, tu esposa, en tu casa, porque lo que ha
concebido es obra del Espíritu Santo” Así son de claros y terminantes los
misterios de Dios. Así, de pronto, en un par de saltos, los carboneros
sobrepasan a los sabios y doctores. Todo fue claridad y confianza. María
revelaría su secreto. José, el suyo."
Málaga 30 de enero del 2014