Este
mundo, se nos va de las manos. No podemos perder el tiempo, que es corto; es
preciso que nos empeñemos de veras en esa tarea de nuestra santificación
personal y de nuestro trabajo, que nos ha encomendado el Señor; hay que
gustarlo fielmente, lealmente, administrar bien con sentido de responsabilidad
los talentos que hemos recibido.
Entiendo
muy bien aquella exclamación que san Pablo escribe a los Corintos; tempos breve est, ¡que breve es la
duración de nuestro paso por la tierra¡ Estas palabras, para un cristiano
coherente, suenan en lo mas intimo de su corazón como un reproche ante la falta
de generosidad, y como una invitación constante para ser leal. Verdaderamente
es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar.
Para
los cristianos la muerte es Vida. Pero
hay que morirse viejos, Morirse joven es antieconómico. Cuando lo hayamos dado
todo, entonces moriremos. Mientras a trabajar mucho y muchos años. Estamos
dispuestos a ir al encuentro del Señor cuando El quiera, pero le pedimos que
sea tarde.
Hemos
de desear vivir, para trabajar por nuestros hijos y para querer bien a todas
las personas; de todas las razas, de todas las lenguas, de todas las naciones.
Somos todos hijos de Dios y, por
desgracia, hay tantos que, en lugar de sembrar amor, siembran el odio. ¿ Veis
la necesidad de que vivamos muchos años, sembrando siempre un gran amor a la
convivencia, a la justicia y la libertad ?.
¡Si
nos morimos¡ cambiamos de casa y nada más.
Con la fe y el amor, los cristianos tenemos esta esperanza; una esperanza
cierta. No es mas que un hasta luego. Nos debíamos morir despidiéndonos así:
¡hasta luego¡.
Dios
no actúa como cazador, que espera el menor descuido de la pieza para asestarle
un tiro. Dios es como un jardinero, que cuida las flores, la riega las protege;
y solo las corta cuando están más bellas, llenas de lozanía. Dios se lleva a
las almas cuando están maduras.
Vamos
a pensar lo que será el Cielo. Ni ojo vio, ni oído oyó, ni paso a hombre
por pensamiento cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman. ¿ Os
imagináis que será llegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella
hermosura, aquel amor que se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar?. Yo me pregunto muchas veces al día,
¿ que será cuando toda la belleza, toda la bondad, toda la maravilla infinita
de Dios se vuelque en este pobre hombre que
soy yo, que somos todos nosotros?. Y entonces me explico bien aquello del
apóstol: ni ojo vio, ni oído oyó.
Vale la pena, vale la pena.
Los
que se quieren, procuran verse. Los enamorados solo tienen ojos para su amor.
¿No es lógico que sea así?. El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría
si negase que me mueva tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo. Vultum
tuum, Domine, requiram, buscare, Señor tu rostro. Me ilusiona cerrar
los ojos, y pensar que llegara el momento, cuando Dios quiera, en que podré
verle, no como en un espejo, y bajo imágenes oscuras, sino cara a cara, y con
mucho amor.
Málaga
27 de Septiembre del 2012
Antonio
Hurtado Moya