.JOSÉ MARÍA PEMÁN Y PEMARTIN


La amistad para el Sr. Peman era como algo que sin ella no sabría vivir. El diccionario enciclopédico define que amistad es afecto entre personas, puro y desinteresado que nace y se fortalece con el trato; y eso es lo que cultivo durante su vida don José María Peman.

El hombre que se le considero poeta, articulista, novelista conferenciante, y tantas cosas más, era por encima de todo, humano cien por cien. Su vida diaria, humilde y su sencillez lo avalaba; su forma de actuar dieron prueba de esa gran humanidad. Su diario vivir y compartir su amistad con el personal que tenía a su servicio, como con toda persona con quien tenía relación o trato, fueron las virtudes que llevo siempre a gala y que los que lo conocieron saben de ello.

Yo fui su ayuda de cámara y su conductor, durante más de nueve años, puedo garantizar que el Sr. Peman fue siempre un amigo humano, más que jefe, que valoraba muy positivamente la amistad, que el mismo ofrecía y repartía entre los de su alrededor o entre los que se le acercaban. Amistad que daba a jóvenes y mayores universitarios como a trabajadores, en una palabra a todos.

A pesar del mucho trabajo literario que tenia, cuando se arreglaba la blanca cabeza con el peluquero que le cuidaba sus cabellos. Charlaba y contestaba todo lo que le preguntaba. Cuando salíamos camino de la parroquia a la misa diaria, por el camino le saludaban, el guarda coches, el barrendero o la señora que salía de la peluquería, el tenia una respuesta amable y cariñosa para todos.

El Sr. Peman tenía por costumbre ir al cine casi todos los días, nos desplazábamos en un Citroën, un dos caballos, que se utilizaba para los desplazamientos por la población, para distancias largas teníamos un mercedes. Lo primero que hacía era pedirme que le cambiara unas monedas, le gustaba llevar monedas de cincuenta pesetas, cuando llegábamos al cine el acomodador como el portero nos esperaban con alegría, los saludaba y les obsequiaba con una moneda de cincuenta a cada uno, después de preguntarle por los hijos y charlar de temas del carnaval o de cualquier tema que ellos le preguntaran. El los atendía con sus elocuentes palabras. La butaca del cine constaba 25 pesetas, las dos entradas la de él y la mía nos costaba 50 pesetas y de propina daba ciento cincuenta. Pesetas. Rebosaba de humanidad.

De todas las clases sociales le buscaban para solicitar su colaboración, igual grandes periodistas, que modestos folletos que empezaban: lo mismo le pedían conferencias que un grupo de teatro o una peña carnavalesca. Su puerta no estaba cerrada para nadie, personas, que pedían una carta de recomendación, una señora que no tenia para pagar la renta de la casa, un señor para comprar el billete del autobús, tantos y tantos que complacía con entusiasmo y alegría.

Don José María Peman, fue un hombre que se preocupaba del pueblo, distraído, parecía que no veía ni se enteraba de nada, pero no se le escapaba ni un detalle, se preocupaba del más elemental detalle de sus empleados o de su entorno. Un día que se celebraba una comida muy importante en casa, todo el personal estaba nervioso, querían que todo saliera bien, se puso una bajilla de china de un valor incalculable, propia para la ocasión, pero la fatalidad y los nervios, a una de las chicas que servían la mesa se resbalo y se le cayó la sopera, una sopera que valía un dineral. Al día siguiente, esta chica fue a verlo a la biblioteca donde se sentaba a escribir, para decirle cuanto sentía lo ocurrido, pero el Sr. Peman, la miraba y la escuchaba muy serio, cuando esta termino, mordiendo la patilla de las gafas como tenía por costumbre, le dijo, hija para encontrad una chica como tú, no me serviría el dinero, pero para comprar otra sopera todavía me queda dinero, vuelve a tu trabajo y no te preocupes. La joven emocionada, solo le pudo decir “es usted un santo Señorito”.

El testimonio de todo ello esta, en su casa-museo, sita en la plaza de San Antonio de Cádiz, se puede apreciar las cantidades de medallas de oro, Insignias de oro, y demás diplomas; las estanterías recogen todas las distinciones que son testigos notariales de una vida, popular y humana, pasada junto a su pueblo y sus gentes.
Peman estuvo entre las gentes humildes, como humilde fue en su vida, a pesar de sus riquezas, todo el mundo lo quería y respetaba y lo demostró aquel día del mes de julio, cuando en su último paseo por Cádiz el pueblo le tributo una manifestación sincera de afecto y de cariño diciéndole adiós, al hombre más humano y bueno que piso nuestra Andalucía.

Hombres como el, Andalucía ha dado muchos durante toda la vida, ¿Dónde  están escondidos? La sociedad andaluza, los andaluces los necesitamos para recuperar, la dignidad, la moral y el respeto humano que en Andalucía se ha perdido.
Málaga 18 de febrero del 2014