LLENA DE JUVENTUD Y DE LIMPIA HERMOSURA


Celebramos hoy con inmenso gozo el gran misterio de nuestra Madre Inmaculada

María Santísima, concebida sin pecado original, constituye un misterio de luz y de amor: misterio de luz donde no hay tinieblas de pecado; misterio de amor donde todo es un amor singular de Dios sobre María desde el primer instante de su ser.

¡Realmente es Poderoso el que ha hecho obras grandes por ti, María!. La fe viva y sencilla del Pueblo de Dios supo intuir desde los primeros siglos de la Iglesia que la Madre de Dios no podía haber estado ni un solo instante bajo el dominio del Maligno.

Una auténtica Aurora de Redención es la Inmaculada, un “ya ha sucedido” en medio del “va a suceder” propio del Adviento; el primer fruto de la Sangre redentora del Divino Hijo que preserva a la Madre. Porque así conviene, porque puede y porque quiere. Porque es hijo y es Dios, María, su Madre, nuestra Madre, es la Todosanta, la Purísima.

María es amada singularmente en su concepción. Toda persona es sujeto de amor desde su concepción. María es amada por Dios desde toda la eternidad. Elegida para ser Madre de Dios, convenía que fuera toda limpia la que compartiera con el Padre el derecho de llamar hijo a Cristo. Por ser Madre de Dios es Inmaculada, y este privilegio es el más parecido a la santidad del Hijo: Cristo es inocente por naturaleza, María por gracia.

En el prefacio proclamaremos a María como la “llena de juventud y de limpia hermosura”. Los hijos cantamos con gozo las glorias de María: primero, porque es nuestra Madre ¡y qué Madre! De María, nunca diremos suficiente, como señalaba San Bernardo. Pero también nos gloriamos al contemplar en nuestra Madre la suma grandeza de nuestra humanidad redimida. Viendo en nuestros días cómo la dignidad humana es negada bajo mil formas de cultura de muerte, María Inmaculada es un canto a la belleza original del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios y a la belleza del alma redimida, elevada al orden sobrenatural, llamada a participar de la misma felicidad de Dios para toda la eternidad.

María Inmaculada nos recuerda en primer lugar la altísima dignidad de ser hijos de Dios por el bautismo; ¡Qué maravillas hace la gracia de Dios!. Lo vemos en María y lo podemos ver en nosotros si, como ella, somos humildes y reconocemos nuestra debilidad e impotencia. La gracia de Dios, siempre inmerecida, es la que nos eleva hasta el mismo Dios. Gracia que recibimos en el Bautismo, el sacramento que nos hace limpios como María, gracia que está destinada a crecer en nosotros y a dar frutos de santidad, gracia que es el Dios cercano, la Santísima Trinidad habitando en el alma.

En segundo lugar, la Inmaculada nos revela la grandeza de nuestra vocación cristiana como luz en medio de un mundo tan necesitado del resplandor de Dios; y la grandeza, finalmente, de nuestro destino: la vida eterna y gloriosa del cielo.

La gracia, en palabras del Beato Manuel González, “estira el alma y pone en ella capacidades de conocer y amar hasta lo infinito que es Dios”. Corazón Inmaculado de María, ensanchado por el mismo Dios para amarle sin medida, para que ame a los que va a recibir como hijos por encargo de su Hijo agonizante, para que María se convierta en el “sacramento de la ternura maternal de Dios”.

“¡Conozco bien lo poco que un alma es cuando se esconde la gracia de Dios!” –decía Santa Teresa- y, siguiendo este razonamiento, ¡cuánto vale el alma de María, cuando la gracia en ella lo invade todo!.

“Ha mirado la humildad de su esclava”. Dios ha mirado a María. La gracia - seguimos a San Juan de la Cruz- es la misma mirada amorosa de Dios, que nos introduce en su misma Vida y por ella nos ama y nos capacita para amarle a la medida misma de Dios.

“¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?”. Esta pregunta de Santa Isabel la hacemos nuestra en este día de la Inmaculada Concepción, porque Ella nos visita hoy para colmarnos con la gracia sobreabundante que recibe de Dios.

Quedémonos con este consejo de San Maximiliano Kolbe: “Sé amigo de la Inmaculada y siendo todo suyo serás feliz, muy feliz... confía siempre en la Inmaculada y Ella te manifestará su gracia”.

Padre Mario Ortega

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